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viernes, 19 de noviembre de 2010

REFLEXIONES SOBRE EL CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN

Lunes 15 de Noviembre del año 2010. Día de descanso oficial por la conmemoración de los cien años del inicio de la Revolución Mexicana. Parece raro, ya que la fecha en que Madero convocó al alzamiento en contra de la dictadura de Porfirio Díaz fue el 20 de Noviembre.  Se argumenta entonces que esto se explica por una de las geniales ideas de este gobierno del empleo: el llamado “fin de semana largo”, consistente en recorrer las celebraciones de los días feriados al lunes o viernes más cercano. En ese caso la pregunta sería ¿porqué se movió el asueto hasta el lejano lunes y no al viernes contiguo, el 19? Para responder a esta pregunta nos ayudaría recordar que el año pasado, el 2009, el 20 de Noviembre cayó en viernes, y lo que decidió el gobierno fue mover el descanso oficial al día lunes 16. ¿Qué explicación podemos dar a esto, que no se ha hecho con otras fechas, únicamente con la de la Revolución?
Resulta bastante obvio que estas medidas responden a un burdo intento por eliminar de la memoria colectiva la celebración de la revolución, que lógicamente constituye un asunto problemático para los gobiernos  emanados de la contrarrevolución. Desde sus finos escritorios parecen creer que con estas medidas calendáricas se logrará que el día de descanso no se conmemore nada, y el día de la celebración no se celebre,  puesto que será simplemente un día de trabajo más.
El planteamiento anterior se ha visto ampliamente confirmado, a nivel local, con la conferencia con la que el COBAEJ dijo participar de los festejos de la Revolución, invitando al cuentachistes Armando Fuentes ‘Catón’, que entre gracejadas y rezos satisfizo ampliamente los deseos de quienes lo invitaron y pagaron, que como buenos miembros de sus facciones políticas, desearían más que nada una versión de la historia mexicana que se adapte a sus filias y fetiches particulares. Entre las joyas con las que nos pudimos deleitar se destacan con brillo propio afirmaciones como que se debería celebrar a Iturbide y no a Hidalgo por haber sido él quien consumó la independencia. Claro, de Vicente Guerrero ni una palabra, ni  de la calidad moral de su héroe, asesino de masas, represor sin compasión, acomodaticio y traidor. También pudimos recetarnos una sentida apología de Maximiliano, elevado a la calidad de patriota. Pero nada nos podría haber preparado, ni siquiera el marco de la supuesta celebración del Centenario de la Revolución, para la emotiva semblanza de Porfirio Díaz, un verdadero héroe de la patria, que decidió abandonar el país movido por puro sentido nacionalista, que dejó en nuestros (sus) corazones un vacío difícil de llenar, y cuya figura contrasta ampliamente con la vulgaridad de los sanguinarios asesinos que al grito de “quítate tú para ponerme yo” hicieron del siglo XX algo peor que el porfiriato, un periodo perdido que afortunadamente acaba apenas de concluir (suponemos que desde la llegada del no menos patriota Vicente Fox a la presidencia). No obstante, parece que don Panchito Madero no era tan gacho o no les cae tan gordo, tal vez porque entre  sus principales virtudes parece estar la de haberse muerto pronto sin haber cumplido con ninguno de sus compromisos. De este modo, nos enteramos de que la propiedad ejidal fue la causa de la crisis del campo mexicano, y nosotros que creíamos que había sido el neolatifundismo, la corrupción y la violencia de la guerra contra el na(r)co, y que la virgen de Guadalupe es un mito al que de todos modos le rezan. Al margen del valor educativo que pueda haber tenido todo esto para el numeroso grupo de estudiantes que fueron llevados a tan magno evento, celebramos el humor que se trasluce en la elección de la fecha, contexto inmejorable para un acto que se pretende desmitificador e irreverente y que parece transmitir un mensaje con el que plenamente coincidimos: nada que celebrar. Las causas emblemáticas de la revolución se han manifestado, después de estos 100 años, como rotundos fracasos. Si la lucha de Madero puede enmarcarse en la exigencia de democracia, queda totalmente claro que no sólo no la tenemos,  sino  que haiga sido como haiga sido, nos acercamos peligrosamente a una dictadura militarizada, prefigurada por el actual régimen represor e impune violador  de los derechos humanos.  Si nos referimos a la exigencia de justicia social, encarnada en las figuras de Villa y Zapata, tendremos que aceptar la evidencia del campo abandonado, el pueblo sumido en la miseria más absoluta y sometido al despotismo, así como los reiterados intentos de la cúpula gobernante por eliminar los contados avances que en estas materias se han alcanzado. Y si aceptáramos que Carranza representa la lucha constitucionalista, tendríamos que rendirnos ante la evidencia de que la Constitución Mexicana es letra muerta, que no se respetan las garantías individuales, que el ejército realiza acciones policiacas contraviniendo la Carta Magna, que el salario mínimo es una burla y que vivimos un régimen de facto en el que la única ley vigente es la del más fuerte. 

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