“A nosotros sí nos interesa la educación” claman algunos al tiempo que fariseicamente se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de un paro laboral de un día por parte de los docentes, ésto ante la serie de agresiones y despidos injustificados que hemos sufrido por parte de los directivos de la institución. La frase obviamente indica que a ‘alguien’ no le interesa la educación, en este caso los acusados serían los docentes que nos manifestamos en defensa de nuestros derechos. Ante esto, podemos preguntar ¿cómo se define educación en el contexto en el que se emite la frase mencionada? En primera instancia se entiende que educación significa ‘tener clases’. Y de ahí se desprende entonces que todo aquel docente que por cualquier causa deje de impartir una clase, automáticamente será porque no le interesa la educación. El encanto de este razonamiento radica, precisamente, en su simplismo, que permite ejercer una función de propaganda, intentando desprestigiar a un gremio por medio de generalizaciones fáciles. ¿Se aplicará este concepto a las múltiples ocasiones en que las clases son suspendidas por diversas causas, por órdenes directivas? ¿Se aplica en esos casos también a los directivos la severa acusación de falta de interés por la educación? ¿o ellos están a salvo de tan duro juicio crítico?
Sin embargo, la pregunta por la educación merece respuestas más profundas y complejas, que respeten la importancia que tiene esta actividad para el ámbito social. Lo anterior asumiendo que la educación debe promover la transformación de estructuras injustas a las que nos vemos sometidos, ya que de lo contrario se trataría únicamente de producir individuos que acepten la injusticia y traicionen su dignidad. En otras palabras, no es lo mismo educar que amaestrar, adiestrar o condicionar. Si lo que se hace en el aula no va enfocado a la transformación de las condiciones sociales de vida, no puede ser llamado educación. ¿Realmente la esencia de la educación radica estrictamente en la impartición de clases? No podríamos negar la importancia de la cátedra en un contexto escolar formal, pero no es difícil entender que la clase en sí misma no es la meta ni el objetivo educativo, sino un medio entre otros para alcanzar fines más elevados. Resulta de más señalar que más importante que la clase en sí, entendida como la permanencia de los estudiantes y el docente en un espacio delimitado durante un periodo determinado de tiempo en el que se llevan a cabo actividades enfocadas a facilitar el aprendizaje o promover el desarrollo de determinadas competencias, resulta que derive alguna oportunidad para la construcción de significados. Negar lo anterior sería entender el espacio escolar como ‘caja de cemento para guardar gente’, definición muy cercana a la del reclusorio. En este modelo el docente es ‘cuidador de gente’, tampoco tan distinto al celador o carcelero. Ejemplificando de manera cercana a lo posible: Un docente de filosofía puede dedicar horas de clase a rodear un tema de valores, como justicia, libertad, derechos humanos. O uno de ciencias sociales puede abordar en su cátedra, utilizando múltiples recursos didácticos, problemáticas sociales como desempleo, pobreza, desigualdad, etc. Posteriormente muestra actitudes de cobardía, miente descaradamente, agacha la cabeza ante la imposición y la injusticia ¿habrá cumplido realmente con los objetivos educativos planteados en su plan clase? ¿realmente impartió educación? ¿qué fue lo que logró con su clase? En primera instancia logró que no se le descontara su pago. De nada servirán los 50 minutos exactos medidos con reloj electrónico para que ¡no vaya a robarles un minuto de “educación” a sus alumnos!, puede ser obligado a firmar al inicio, al final y en medio de la clase, puede ser sometido a vigilancia policiaca por parte de prefectos, vigilantes o perros guardianes. ¿Estas medidas tienen algo que ver con la educación? Si entendemos que la esencia de la misma radica en la formación de seres humanos que contribuyan a mejorar la sociedad, existe incluso el peligro de que esta burocratización extrema sea en realidad, lo contrario a lo que se dice en el discurso que analizamos. La verdadera educación se sustrae a los asfixiantes indicadores burocráticos. Por mucho que les moleste a las cabezas cuadradas, la educación es en realidad una cuestión cualitativa, más que cuantitativa. Es decir: educó más el docente que puede, después de la manifestación, regresar a clases al siguiente día con la frente en alto, sabiendo que sus alumnos tienen en él un ejemplo de dignidad e inteligencia. Si hablamos de competencias para la vida, no podemos desvincularlas de la obligación que como seres humanos tenemos de encarar situaciones que afectan nuestro entorno. Insistiendo: enseñar a cerrar los ojos a la realidad es de hecho un crimen educativo. Si hablamos de valores humanos, tenemos que entender que son mucho más que palabras rimbombantes representadas con animalitos simpáticos. Debemos saber que los valores se viven y que la herramienta educativa más poderosa es el ejemplo.
Así, concluyo proponiendo la comparación entre el valor educativo de ‘la clase’ como refugio ante la realidad y ‘la realidad’ como sentido único y fin de toda práctica educativa.
Carlos G. Scheel Martín